Ruta por la Zaragoza mudéjar
Zaragoza

Ruta por la Zaragoza mudéjar

La capital aragonesa cuenta entre su patrimonio con abundantes ejemplos de arte mudéjar, un estilo único en el mundo, surgido de la fusión de dos tradiciones artísticas de época medieval: la hispanomusulmana y la cristiana occidental.

El término “mudéjar” procede del árabe “mudayyan”, que significa “aquél a quien se ha permitido quedarse”. Así se denominó, en la España medieval, a todos aquellos musulmanes que decidieron permanecer en los territorios conquistados por los cristianos, manteniendo su fe y sus costumbres. Hoy en día, este vocablo se emplea para definir una manifestación artística que se caracteriza por ser una pervivencia de la tradición artística hispanomusulmana en la España cristiana. Durante varios siglos, maestros de obra y artesanos musulmanes –y en menor medida cristianos y judíos que aprendieron su estilo y técnica– siguieron empleando formas y características del arte islámico peninsular para construir y decorar edificios cristianos que, a día de hoy, constituyen bellísimos ejemplos de un estilo que podría calificarse como el único exclusivamente hispánico. Un arte que, como decía el historiador aragonés Gonzalo Borrás, «no encaja en la historia del arte islámico ni en la del occidental, porque se halla justamente en la frontera de ambas culturas».

Aragón fue uno de los núcleos más importantes de creación de arte mudéjar de toda la península ibérica, y en Zaragoza todavía es posible contemplar muchas de estas joyas nacidas de la fusión cultural. Un buen lugar para comenzar la visita es la Aljafería, un palacio cuyos orígenes se remontan a la época musulmana, pero que fue ampliado y enriquecido tras la reconquista cristiana.

La Aljafería fue fuente de inspiración y foco de difusión del mudéjar aragonés, pues allí se creó el primer taller de arte mudéjar y los distintos monarcas –entre los que destacan Pedro IV y los Reyes Católicos– encomendaron ampliaciones y obras en este estilo, cuyas huellas son todavía visibles en varias estancias del edificio.

No lejos de allí, en la calle de San Pablo, se levanta desde el siglo XIV la iglesia del mismo nombre, a menudo conocida como “la tercera catedral de Zaragoza”. Méritos no le faltan, pues se trata de uno de los ejemplos de arte mudéjar más importantes de la ciudad. Su torre-campanario, con estructura de alminar almohade (formada por dos torres, una envolviendo a la otra) está decorada en el exterior con bellísimos motivos mudéjares y desde sus alturas se puede disfrutar de una privilegiada panorámica de Zaragoza.

De la misma época es otro templo que también destaca por su decoración de aires hispanomusulmanes: la iglesia de Santa María Magdalena –rehabilitada recientemente–, uno de los ejemplos más sobresalientes del mudéjar aragonés. En el exterior, tanto su ábside como su torre –también inspirada en los alminares almohades– muestra una abundante decoración a base de arcos mixtilíneos, cruces de múltiples brazos y detalles cerámicos, que convierten al templo en un lugar de visita imprescindible (entrada gratuita, visita guiada 5 €).

En pleno corazón del centro histórico de la capital encontramos la iglesia de San Gil Abad (calle don Jaime), un edificio construido en la segunda mitad del siglo XIV. El templo sufrió importantes modificaciones en época barroca, pero una vez más su torre-campanario conserva todas las características de su estilo mudéjar original, con una vistosa decoración de rombos arcos entrecruzados.

La que posiblemente sea la joya mudéjar de la ciudad –al menos es nuestra favorita– se encuentra en la catedral de San Salvador, también conocida como La Seo. Este edificio, levantado en el solar de la antigua mezquita aljama de Saraqusta –la Zaragoza musulmana– es hoy un templo que mezcla distintos estilos, desde el románico hasta el neoclásico. Sin embargo, algunos de sus rincones más hermosos llevan en su ADN las huellas del arte mudéjar: es el caso de los tres ábsides con decoración de tradición almohade y, sobre todo, del muro exterior de la llamada “parroquieta” de San Miguel.

Decorada con hermosos motivos geométricos y cerámicas multicolores, esta fachada, encargada por el arzobispo Lope Fernández de Luna, es sin duda alguna la obra cumbre del mudéjar aragonés.

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